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La desconfianza sale cara
Por Luis Rubén Maldonado Alvídrez
En 2019 participé como observador electoral en el proceso electoral en el que Argentina eligió como presidente a Alberto Fernández en fórmula con la siempre polémica Cristina Fernández, viuda de Néstor Kirchner. Meses después, previo al inicio de la pandemia del COVID19, estuve en el proceso interno del Partido Demócrata de los Estados Unidos en el estado de Iowa (conocidos como Caucus) y pude comparar dos formas muy diversas de ejercer y concebir la democracia.
Esto a colación del intento que quiere hacer el presidente López Obrador, por cambiar las reglas del juego electoral mexicano, con el afán de tener que las mismas se acomoden para sus intereses políticos, que todo indica, es instaurar un maximato en el siglo XXI.
El debate público de las últimas semanas se ha dado entorno al costo de operación del Instituto Nacional Electoral. Se habla de cifras cercanas a los 20 mil millones de pesos y hay quienes comparan esa cifra con las cantidades de las obras insignia del gobierno de López Obrador.
Centrar la conversación pública en el tema financiero parece más un distractor en el cual la oposición se enredó fácilmente. El tema que debería adicionarse al de la defensa del INE es el de la confianza.
¿Cómo llegamos los mexicanos a las actuales reglas electorales vigentes?
Ha sido un proceso largo desde los tiempos de don Jesús Reyes Heroles, en los que la sociedad demandaba pluralidad política en medio del régimen de partido único, que era la realidad mexicana. Después, en el ocaso de la década de los años 80, se vivió la crisis política más importante jamás vivida: la elección presidencial de 1988, que sacudió al régimen monopartidista. De esa crisis, nació una oportunidad que aprovecharon muy bien los partidos opositores al PRI-Gobierno, que derivó en la mayor cirugía al sistema electoral mexicano: nuevas reglas, las elecciones fuera del gobierno para que las organizara la ciudadanía.
De esa coyuntura nació el entonces Instituto Federal Electoral que revolucionó la política mexicana y que buscaba darle confianza a la y los mexicanos en la organización de elecciones y legitimar al cuestionado gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Las y los mexicanos de la actualidad y del pasado, tenemos muy arraigada en nuestra cultura política el concepto de fraude electoral. Se habla del fraude desde que nacimos como patria independiente. Siempre se ha desconfiado de los procesos electorales y de sus resultados. El IFE se ganó con hechos la confianza absoluta de todas y todos.
Muchos dudaban que el PRI reconocería derrotas en las elecciones de 1989 o 1991. Lo hizo en Baja California cuando ganó Ernesto Ruffo y el PRI jamás volvió a gobernar dicho estado.
Así, de la mano del INE, transitamos a la pluralidad política y dejamos atrás los tiempos en los que sólo un partido político dominaba.
En tiempos de Peña Nieto se acordó una gran reforma electoral que se materializó en la legislación vigente. Las reglas se han ido cambiando varias veces desde el inicio de este siglo, con el afán de endurecer ciertos temas. Ha sido una constante porque el sistema electoral mexicano está cimentado en la desconfianza.
En la elección presidencial argentina del 2019, pude constatar de primera mano, el valor que las y los argentinos le tienen a su democracia. Tiene un sistema que han ido perfeccionando que está basado totalmente en la confianza; incluso su sistema de asignación de tiempos oficiales a candidatos y partidos es similar al que nos rige.
La desconfianza es cara. Cuesta mucho. Como ejemplo, una casa. La bardeamos para que nadie se pueda brincar, le ponemos alarmas y cámaras para vigilar todo el tiempo. Hay quienes tienen más presupuesto para instalar más de una cámara o sistemas sofisticados.
Las y los mexicanos desconfiamos de los políticos y entre ellos mismos no confían, pues en la lucha por el poder, todo se vale.
Cuidar nuestra democracia requiere de inversión y quizás una revisión de la misma, pero regresar a los tiempos del monopartidismo sería carísimo para el futuro de México.
SHOT DE ESPRESSO COMPOL
Desde 2007 tenemos reglas que limitan mucho la comunicación política en tiempos electorales. México necesita revisar el modelo de comunicación política vigente y plantear uno acorde a la realidad de esta segunda década del siglo XXI.