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De mentiras y silencios

Por Luis Rubén Maldonado Alvídrez

Para la gran mayoría de los mexicanos la política y la mentira van de la mano. Es decir, no pueden vivir la una sin la otra. Pocos, pensarán lo contrario. La creencia popular y el desempeño de algunos políticos, nos ha llevado a que eso sea un dogma político. 

¿Será? Estudiosos de la política y la comunicación, en una vertiente afirman que si aceptáramos tajantemente, que la política es mentira y actuarámos bajo esa creencia, entonces ni la política ni la democracia serían posibles. Esto no significa que la mentira no se utilice en política o que no dañe nuestra democracia. 

Sin embargo, hasta el político más mentiroso y corrupto tiene que proceder de tal forma que haga compatible su comportamiento público con las leyes y nor-mas, así como con los valores, creencias, expectativas y formas legítimas de conducta que conforman, organizan y hacen posible la esfera política, si no quiere ser inmediatamente descubierto y sancionado política, judicial y socialmente. 

Todo gobierno se fundamenta y apoya en la opinión pública. Es en el consenso de los ciudadanos donde encuentra la legitimidad y autoridad. Hoy, en pleno siglo de la posverdad y las fake news, esta legitimidad y autoridad se erosiona rápidamente. porque toda mentira, en mayor o menor grado, venga del ciudadano, del político o del funcionario público, erosiona la realidad común y compartida de la esfera política, por un lado, y amenaza además con destruir la legitimidad del orden político, por el otro.

En política, podemos definir la mentira como aquella acción que pretende ocultar, deformar o destruir información y hechos; es decir, aquello que, justamente, com- pone y da estabilidad a la realidad. El que miente lo hace con el objetivo de modificar la realidad, en alguna medida, con el fin de obtener de manera ilegítima determinada ventaja personal o para un grupo. 

Al deformar la realidad con falsedades, agredimos el sentido común 

El mentiroso (principiante o avanzado) viola la representatividad y la autorización para obrar en nombre y a favor de los ciudadanos. La mentira  es el establecimiento de una política tenebrosa a costa de una política luminosa. 

Cuando se le reitra de la legitimidad simbólica y del apoyo material al político mentiroso; y se desgastan de los fundamentos de la confianza entre los ciudadanos, es cuando la mentira arremete contra la condición de la solidaridad de la política. 

El mentiroso no es tonto, al contrario. Es frío y calculador, así puede comportarse estratégicamente y se especializa en tratar a los demás como meros objetos. Los ciudadanos quedan degradados, así, a medios manipulables de la situación, en la que dicho político o funcionario quiere obtener un beneficio o ventaja personales o de grupo. El político embustero monopoliza información que, por su naturaleza, es pública, digna, pues, de ser accesible y conocida por todos los ciudadanos. Al ocultársela, trata de hacerse ilegítimamente de una ventaja frente a sus pares. 

Aquí un ejemplo más mundano: Cuando un chavo se anda ligando a una chava, le dice que es la mujer más hermosa del mundo. ¿Es mentira? Pues, a mi parecer, no lo es. Porque ella sabe exactamente a dónde quiere llegar él. 

Lo mismo pasa en política y pasó en la pasada campaña electoral. Tuvimos mítines de todos los candidatos donde prometieron cosas como bajar los impuestos, educación gratuita para todos, entre otras tantas promesas. ¿Eran mentiras? Tampoco. Porque la gran mayoría de los votantes saben que son frases obligatorias en toda campaña, conceptos huecos que no significan nada, porque todos están conscientes de que los candidatos prometen eso (y más) sólo con el afán de ganar simpatías y su voto. 

Pero si una madre piensa que su hijo que estudia en la universidad, le dijo que estaría en clases toda la tarde y se fue a una cantina o a jugar billar y le sostiene su versión inicial, pues la abnegada carece de elementos inmediatos para saber la verdad.

El problema de la mentira política no está en que alguien las difunda, sino en que haya millones de ciudadanos que, sabiendo que son engaños, siguen dispuestos a valerse de ellas para obtener un resultado que ya tenían asumido.

Por eso, candidatos ganadores como Javier Corral, se pudieron valer de insultar a su principal rival, porque ya había muchos chihuahuenses que compartían el odio por el partido en el gobierno y su candidato oficial. O AMLO pudo irse duro contra Enrique Peña Nieto, porque ya había muchos mexicanos persiguiendo ese objetivo y sus demás promesas, simplemente, no importaban. 

El problema de la mentira en política no lo crean sus difusores, sino la enorme cantidad de sus voluntarios receptores. El problema no sólo está en Trump, también lo tenemos en casa. 

Ese es el poder de la mentira política. 

Y me hizo recordar la novela de Enrique Serna que trata sobre el periodista Carlos Denegri, quien era conocido como el “Rey Midas” del cuarto poder, durante los años agónicos de su carrera.

Recupero fragmentos de una entrevista que tuve con Serna en el 2019, sobre la misma. Dado que el periodismo es el eje fundamental de la trama de su libro, le pregunté a Serna su opinión sobre los recientes acontecimientos suscitados en las conferencias de prensa matutinas del presidente Andrés Manuel López Obrador, en los que se ha confrontado con la prensa asistente con su muy peculiar estilo.

Serna me respondió: “El presidente dijo una falsedad. Que él les había quitado el bozal a los periodistas y eso no es cierto. En México los propios periodistas son los que se quitaron el bozal, justamente en tiempos de Julio Scherer cuando llega a la dirección de Excélsior.”

Y agregó: “Incluso antes hubo periodistas heroicos como Jorge Piñó Sandoval, que es un personaje importante y que también aparece en mi novela porque fue el que llevó a Denegri al Excélsior, y que en el sexenio de Miguel Alemán publicó una revista que se llamaba ‘Presente’ que denunciaba todas las corruptelas de la camarilla alemanista y publicaba fotos de las casas que ese estaban construyendo. Ya en el segundo año del sexenio estaban construyendo grandes mansiones”.

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“Entonces, siempre hubo ese tipo de periodistas combativos; y en todo caso, digamos, cuando se le quitó el bozal generalizado a la prensa, fue a partir de 1997 cuando empieza la transición a la democracia. No con López Obrador.”

Hay mucha gente que piensa que este tipo de periodismo corrupto y corruptor es cosa del pasado.

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