Si no por una cosa, por otra: religión, política, tradiciones. Siempre aupados por ellos, los dogmáticos —cada vez más numerosos— se escudan tras sus ideas cerrándose a cualquier otra opinión que ataque sus firmes e inamovibles creencias.
En todos los planos, de profundidad y más triviales, siempre habrá un defensor de la tortilla de patata seca que peleará con todas sus armas contra aquel que le ponga cebolla, encontrando una barrera igual de firme al otro lado. Dos polos irreconciliables sin voluntad de hablar, utilizando el «porque lo digo yo» como único argumento.
Ahora, un estudio publicado en Journal of Religion and Health se ha ocupado de analizar los rasgos más íntimos de estas personas inconvencibles, las que sientan cátedra y no atienden a razones, por más que se les rebata con argumentos solventes y la realidad se les imponga.
Conscientes de que la sociedad moderna parece revelarse como una generadora de nuevos perfiles de personas inamovibles, los investigadores de la Case Western Reserve University en Cleveland (Ohio) han tratado de entender los dogmas religiosos y también los no religiosos.
«Los dogmas —aunque son verdades no demostradas— se asumen como ciencia y anulan la capacidad de discusión», (Enrique Cervantes, psicólogo y director del Centro de Psicología comportamental).
Jared Friedman, coautor del estudio y doctorando en Comportamiento organizacional, explica que «algunas personas religiosas se aferran a determinadas creencias porque estas concuerdan con sus valores morales», y por eso son más tendentes al inmovilismo. Por su parte, los defensores de pensamientos no religiosos son muchas veces incapaces de ver algo positivo en aquello que contradice sus conclusiones.
Friedman establece que en cada caso —el religioso y el no religioso— se activa una red neuronal diferente: mientras las redes empáticas son propias de los pensamientos religiosos, las analíticas serían las que activamos en los temas no religiosos; cada persona elige la más adecuada para cada decisión. Moralidad o lógica pueden ser llevadas al extremo, anulando la posibilidad de abrir la mente a nuevas ideas y corrientes de opinión y convirtiendo al individuo en dogmático.
En la raíz de ambos perfiles, según el psicólogo y director del Centro de Psicología comportamental,Enrique Cervantes, hay un problema de educación: «Nuestro sistema no nos enseña a ser objetivos sino a tomar partido, a vivir en la idea de estás conmigo o contra mí. Por eso los dogmas —aunque son verdades no demostradas— se asumen como ciencia y anulan la capacidad de discusión».
El experto apuesta por encontrar un equilibrio entre la razón y la emoción, tanto en planos religiosos como mundanos, y elevar el nivel de reflexión para «luchar contra la intoxicación general y acabar con cualquier dogmatismo». Esa es, según Cervantes, la receta para los porquelodigoyoistas.
¿Hemos perdido la capacidad de debatir?
«Definitivamente, no. Vivimos en la sociedad que más promueve el diálogo de la Historia«, afirma Helena Soleto, directora del Máster en Mediación, negociación y resolución de conflictos de la Universidad Carlos III de Madrid. Pero completa: «Otra cosa es que hoy haya muchos dogmatismos a los que acogerse, porque el sujeto siempre busca diseñar su identidad para formar parte de un grupo. Y lo que está claro es que, para poder hablar, hay que querer hacerlo».
«Cualquiera puede ser convencido, siempre y cuando el punto de encuentro buscado sea razonable y sano», (Helena Soleto, directora del Máster en Mediación, negociación y resolución de conflictos de la Universidad Carlos III de Madrid).
He aquí el quid de la cuestión: intercambiar opiniones y no quedarse únicamente en su exposición. En esta línea, el experto en lenguaje y comunicación Julio García Gómez se muestra más escéptico y recuerda con añoranza aquellos «auténticos debates mediáticos» que Jesús Hermida importó a nuestra televisión en los 90, con el precedente histórico de La Clave, de José Luis Balbín, 10 años atrás.
«Hoy tan solo se expone una batería de opiniones, una detrás de otra, pronunciada por los portavoces de las distintas corrientes que se suben al púlpito sin voluntad de escuchar a los demás», explica García, y continúa: «¿Están entonces resurgiendo los debates, a la vista de lo que vemos en los medios? Sí, pero no con los mismos preceptos».
Aunque no sólo en la tele se cuecen los debates. Barras de bar, ascensores, mesas de restaurante. O paradas de autobús. Cualquier lugar es susceptible de convertirse en un foro en el que… ¿debatir? Resultará complicado hacerlo con personas que, como apunta el estudio, no admiten ninguna oposición a sus ideas. No obstante, para Helena Soleto «cualquiera puede ser convencido, siempre y cuando el punto de encuentro buscado sea razonable y sano».
Cómo negociar con un inconvencible
Sabiendo ya cómo son los porquelodigoyoistas, hay que preguntarse ahora cómo tratar de negociar con ellos. «La opinión que mantienen está ligada a su definición como persona«, avanza la experta en negociación Helena Soleto. Las personas inconvencibles consideran que sus ideas no son negociables y que ponerlas en duda supone una amenaza para todo lo que son. Por eso, conviene ir con cuidado.
Con cuidado y practicando la escucha activa. Hay que preguntar al otro cómo se siente para tratar de delimitar los principales puntos de tensión (el objetivo es saber qué es, en concreto, lo que molesta a la otra persona de nuestra opinión). También hay que expresar los sentimientos propios, las necesidades, pero sin enjuiciar al otro. Y todo combinando el lenguaje verbal y el no verbal. No es lo mismo preguntar a alguien cómo se siente mostrando interés por su respuesta con la expresión de la cara que acompañándolo de un gesto insultante como, digamos, una vulgar peineta.
Julio García Gómez aconseja aplicar a los debates las bases de la comunicación: concisión, brevedad y titulares efectivos. «Debemos evitar el ruido con palabras que no conducen a nada y mantener una mirada franca y generosa. Con movimientos pausados, lograremos rebajar el nivel de tensión de las palabras del otro y abriremos la vía del diálogo constructivo».
Sin duda, habrá nudos imposibles de desenredar. No vamos a convencer al vegano de que coma huevos, pero sí de que respete a aquel que disfruta haciéndolo. Se trata de entender que el otro piense de una forma diferente, pero que siempre se podrán encontrar realidades que promuevan la convivencia pacífica. Puntos de encuentro. Líneas comunes.
¿No seré yo el inconvencible?
¿Mejillas sonrojadas? Quizá más de uno se haya visto reflejado en este perfil. Más pistas: «Normalmente, estas personas huyen de los foros en los que saben que van a encontrar opiniones contrarias a las suyas», confirma Soleto. «Se ciñen, como recurso de protección, a leer periódicos o a ver programas que alimentan su postura«. Porque lo contrario resulta incómodo.
«Los inconvencibles suelen ser poco humildes y no gustan de reflexionar sobre su postura. Simplemente, la esgrimen», afirma García Gómez. El experto invita a «tomar conciencia de que lo más probable es que el otro pueda completar, enriquecer o modificar para bien mis opiniones«.
Y estos consejos son válidos para todos. Para altos y bajos. Para rubios y morenos. Mujeres y hombres. Con ligero seseo o de dicción perfecta. Con flequillo tupido o frente despejada. Después de todo, dicen que hablando se entiende la gente, ¿no?
Publicado en El País
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