En Plan de Vuelo
Es un mal de todas las generaciones que ha llegado de la mano de las aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp. El teléfono dejó de ser “tonto” y ya es “inteligente”, es decir, antes era tonto porque sólo servía para hablar; hoy en día es para lo que menos lo usamos y por eso es inteligente.
Y quien ha salido perdiendo es el lenguaje. Me sorprendió un estudio sobre el estado de la sociedad digital elaborado por Fundación Telefónica, el cual arroja que el 96% de los españoles con edades comprendidas entre 14 y 24 años usan los mensajes de texto como principal canal de comunicación. Este segmento demográfico ha sido bautizado como generación muda por la aparente aversión a utilizar el habla como instrumento para contactar con otras personas.
Hablamos menos y escribimos más, también en México, aunque no encontré un estudio similar, pero igual debemos de preocuparnos igual que los españoles.
En España el uso diario de aplicaciones como Facebook, Messenger, WhatsApp o Telegram casi duplica al de las llamadas a través del teléfono móvil o fijo. Este comportamiento resulta paradójico, ya que mientras las personas tienden cada vez más a comunicarse por escrito, se expanden los sistemas de reconocimiento de voz como Siri o Alexa, de Apple y Amazon respectivamente.
Se han puesto de moda las bocinas inteligentes, que ya se pueden ver en casas pero, especialmente en oficinas, quizás para mitigar la soledad de los workholics o los solteros. Este estudio realizado en España por Fundación Telefónica, nos revela, a ojo de buen cubero, que los chavos y chavas hispanos, prefieren hablar con sus bocinas que con personas de carne yh hueso.
Si hay un factor que ha contribuido poderosamente a cambiar la vida de la sociedad es la conectividad. Una sociedad digitalizada tiene más oportunidades laborales o de ocio y permite abrir espacios para la colaboración y el intercambio de bienes y servicios. Pero conviene alertar también sobre los riesgos que acarrea un exceso de tecnología. El abuso de las pantallas por parte de los adolescentes puede desembocar en una peligrosa adicción digital.
Urge reflexionar sobre la necesidad del uso prudente de las tecnologías de la comunicación.
Así como en las zonas urbanas hay cada vez, mejor conectividad; debemos pensar en las zonas apartadas que por razones económicas, demográficas o territoriales se ven involuntariamente apartados del ecosistema digital y a las que las empresas privadas no voltean a ver por no representar negocio en la proveeduría de ese servicio.
Es un deber de los gobiernos impedir que la brecha digital genere ciudadanos de primera y de segunda categoría impulsando medidas para garantizar que todos, ya sean que vivan en una gran ciudad o en una zona rural tengan acceso a Internet, declarado un derecho básico por la ONU.
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