Por Yanina Welp
Dudar es de cobardes o de flojos. Ese sentimiento bárbaro corre como la pólvora y se acelera en las redes sociales. El mundo se divide en buenos y malos. No hay más: dime donde te ubicas y te diré quién eres y hazlo lo más rápido posible, que el tiempo vale likes. Ninguna falta hacen los argumentos, los datos o la interpretación de leyes si se trata de “los otros”. Cuando son “los nuestros” y surge la mínima sospecha se puede apelar a un giro normalizado y aceptar que, por ejemplo, “sí, robó ‘un poco’, pero hizo una beneficiosa reforma del sistema de pensiones” (el famoso “roba pero hace”) o negarlo todo, puro lawfare, ese mantra – en psicología, repetición neurótica del sujeto a fin de fijar y reforzar un pensamiento circular– globalizado.

Ocurre en Argentina y en España, en Estados Unidos y en Francia. No pasa en todas partes. Que quede claro: donde hay autoritarismo la disidencia murmura a escondidas porque puede acabar en la cárcel o en el cementerio, en el exilio en el mejor de los casos. No hay que olvidarlo: la polarización entendida como pluralidad de ideas en competencia define una democracia liberal. Por eso no toda polarización es mala. Lo malo es que las ideas sean estáticas y generen comunidades de amigos a los que hay que cuidar a cualquier precio y enemigos a los que hay que destruir.
Definir la polarización, caracterizarla, analizar cómo opera y cómo funcionan las distintas estrategias para mitigar sus efectos negativos fue el objetivo de un seminario que coordinamos Covadonga Meseguer para la UIMP-Barcelona. Comenté cada uno de los paneles sobre instituciones, sociedad civil y medios de comunicación, liderazgos, conceptos y medidas (los resúmenes disponibles clicando sobre cada ítem).
Comparto aquí una última reflexión. La lógica de los medios y las dinámicas político partidarias apuntan a premiar a quien consiga atraer la atención del público. Es una competencia insomne por “estar en boca de todo el mundo” en la que los actores políticos son uno más y los extremismos, el escándalo, el amarillismo reciben su premio. Por eso de poco sirven accciones aisladas. Pedir a un político que se modere es conducirlo a perder una elección. Toca pensar e impulsar acciones de forma integrada.
Puede que suene raro. Mientras desde los medios de comunicación, la academia e incluso la política se machaca dia y noche con que el problema es la polarización (pero en los primeros y los últimos siempre mirando la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio) decir que la política es la solución parece un contrasentido. No lo es porque lo que ocurre es que la“moralización” de la disputaes el problema. Contrario a lo que suele suponerse, es lapolarización afectiva lo que despolitiza al poner como marco una lucha entre el bien y el mal, la verdad o la mentira. La política implica el reconocimiento del adversario y una base común para el debate. Este reconocimiento es lo que permite la política, en contraste con la polarización afectiva que la bloquea. Así, si el problema es la moralización del conflicto, la respuesta no es eliminar la polarización, sino devolverle su dimensión política.