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Elecciones México y Argentina: un breve comparativo
Por Luis Rubén Maldonado Alvídrez
A raíz de mi artículo de la semana pasada, recibí algunas comunicaciones por distintas vías, en las que me solicitaban profundizar en mi experiencia como observador electoral en la elección presidencial de Argentina en 2019. La cual quedó plasmada en el libro “Universo Compol” el cual, debido a la pandemia, apenas fue presentado en la ciudad de Buenos Aires, el pasado mes de octubre, dentro de la Cumbre Mundial de Comunicación Política por la cabeza de dicho proyecto editorial, Nadia Soledad Brizuela.
Voy a compartir algunos fragmentos de lo publicado, que darán una pincelada de mi experiencia en aquella elección presidencial.
En octubre de 2019 fui testigo de la jornada electoral en Argentina, en la que se eligió presidente, además de otros cargos. En la capital, Buenos Aires, desde mi llegada, se podía ver la decoración que las campañas hacían en la ciudad porteña por todo lo alto de los edificios y hasta en las aceras de cada rincón.
Los taxistas no hablaban de otra cosa. Los periódicos menos. La radio estaba saturada de comentarios editorializados y la televisión tenía como programación estrella todo lo relacionado con los candidatos presidenciales punteros: Alberto y Cristina Fernández; así como Mauricio Macri y Miguel Ángel Pichetto.
Se sentía una polarización intensa. Tal y como lo había experimentado nuestro México en la elección presidencial de 2018 y como también había sucedido en los Estados Unidos en 2016.
Desde mi experiencia como consultor político y periodista, mi primera sorpresa, al visitar la sede central del Correo Argentino y recibir una explicación del funcionamiento de la logística para que la jornada electoral se pueda llevar a cabo, fue que la elección la organiza el propio gobierno. En México sucedía de la misma forma hasta la creación de un organismo autónomo, ciudadano y federal: el Instituto Federal Electoral (IFE) cuya función era organizar las elecciones federales (elegir presidente, senadores y diputados federales) en 1990.
Fue un paso muy importante hacia la apertura democrática de México. Una década después de su creación, los mexicanos elegimos al primer presidente de un partido distinto al PRI que gobernó desde 1929 y hasta el año 2000.
La permanencia en el poder del PRI se debía a un sistema política que privilegiaba los arreglos cupulares, la cerrazón política y la hegemonía. Por lo que las elecciones a cualquier cargo de elección popular no eran del interés de los ciudadanos, puesto que el gobierno mismo organizaba las elecciones, contaba los votos y las calificaba.
Desde inicios del régimen del PRI hubo acusaciones de fraude electoral, que, con el paso del tiempo, fueron más evidentes y enraizaron una cultura del fraude electoral en México, muy vigente hasta la actualidad.
De ahí la importancia de sacar las manos del gobierno de los procesos electorales y dejarlo todo en manos de los mismos ciudadanos.
Queda de manifiesto en las líneas previas, que la principal directriz del sistema electoral mexicano es la desconfianza.
Por eso estaba sorprendido de que, en Argentina, la elección presidencial fuera organizada por el gobierno mismo.
Mayor fue mi sorpresa cuando, previo a la jornada electoral, pudimos visitar toda la instalación donde se concentrarían, el día de la elección, todos los datos transmitidos desde cada rincón de Argentina. Situación que en México es totalmente imposible, puesto que la instalación equivalente, estaría fuertemente resguardada por elementos militares.
En 2014, el Instituto Federal Electoral (IFE) cambió de nombre y atribuciones para convertirse en Instituto Nacional Electoral (INE) y que goza de un multimillonario presupuesto público para desempeñar sus funciones, así que todo el proceso electoral es pagado con dinero público, incluso la impresión de las boletas electorales, que son quizás la pieza impresa más segura de México, al contar con mecanismos de seguridad similares a los de los billetes.
Por ello, otra sorpresa que tuve durante la jornada electoral, al recorrer los centros de votación en la provincia de Buenos Aires, fueron las boletas electorales.
En México, en una elección local concurrente (como pasó en Argentina), cada cargo tiene una boleta propia en la que se imprimen todos los candidatos a ese puesto en particular, se cruza la elección con un crayón o lápiz y deposita en la urna específica para cada cargo; por lo que hay entidades mexicanas que en una elección así, tienen hasta siete boletas electorales con su respectiva urna.
En Argentina, cada partido imprime sus propias boletas y las reparten a la gente para que las pueda llevar a su centro de votación. Y son distintas: es una tira larga de papel en la que están impresos los nombres de sus candidatos a cada puesto, yendo del mayor al menor (presidente de la nación primero y al final la alcaldía, por ejemplo) y entre cada cargo hay una línea punteada para poder cortar. Esto con el afán de poder diferenciar el voto entre varios partidos, de lo contrario se toma toda la boleta y la doblas en un sobre firmado por tres funcionarios electorales (todo esto en los llamados cuartos oscuros que suele ser un salón amplio donde están disponibles todas las boletas y ahí el elector toma su decisión) y depositas en la urna.
Una vez terminada la jornada de votación, quedé sorprendido con la rapidez de los resultados (gracias a un importante despliegue tecnológico) y para las 9 de la noche, en Buenos Aires celebraba su victoria la dupla Alberto-Cristina.
En México, se presumía de un sistema que arrojaba tendencias para declarar a un ganador a las 11 de la noche, a más tardar. Pero han existido un sinfín de elecciones, donde llega la madrugada y no hay resultados.
De esta comparación entre México y Argentina quiero destacar la diferencia primordial: la confianza.
SHOT DE ESPRESSO COMPOL
Los argentinos confían en su sistema electoral y lo atesoran, por cuestiones y circunstancias históricas, muy diferentes a las mexicanas. De ahí la civilidad con la que Macri reconoció su derrota y la tersa transición que hubo entre vencedor y derrotado hasta el día del relevo. También destaca la nula cultura del fraude en Argentina, en contraste con México. No es que un sistema sea mejor que otro; simplemente fue formado por la circunstancia histórica de cada nación.