En este texto no hay ningún hilo negro: es bien conocido cómo los brotes de histeria femenina en la Inglaterra victoriana llevaron al feliz nacimiento de los consoladores: a mediados del siglo XIX, las mujeres aquejadas por desfallecimientos, irritabilidad y una “tendencia a causar problemas”, entre otros síntomas, eran diagnosticadas como histéricas; cien años después la ciencia médica admitió que el padecimiento no existía.
La histeria femenina desapareció de los manuales psiquiátricos, pero no su herencia, que actualmente se refleja en clásicos como “no te pongas histérica”, “ya cásate”, “andas en tus días” y otras joyas de la descalificación que pueden resumirse en una perla de la jerga mexicana: “eres una malcogida”. ¿Cómo fue que la histeria nos legó un sucio dicho sexual que hoy, curiosamente, se extiende a ambos sexos?
Cuando se inventó el diagnóstico de la histeria (del griego hystera, útero), era común tratarla con “masajes pélvicos”: la estimulación manual de los genitales hasta que las mujeres llegaran al orgasmo o, como decían los mojigatos médicos de entonces, al “paroxismo histérico”. La ciencia decimonónica facilitó esos masajes con la creación de los primeros artefactos para aliviar “las tensiones femeninas”, irónicamente llamados consoladores. Aunque era obvio el elemento sexual de la (no) enfermedad, que las mujeres tuvieran que ser satisfechas en la cama no le cruzaba por la cabeza a nadie. De ellas se esperaban pensamientos y conductas virginales, o al menos inocentes. Su altanera irritabilidad se debía a su útero enfermizo, que desataba en ellas bajas e indeseadas pasiones hasta volverlas locas por el sexo o por su falta.
Otros tratamientos para la histeria iban desde el uso de sanguijuelas hasta la histerectomía: una vez removido el útero inmoral se esperaba que las mujeres difíciles se tornaran dóciles, sencillas, bellos espíritus sin perturbaciones; pero la idea que los daba sustento no era muy original: se remontaba por lo menos hasta Platón e Hipócrates. Galeno creía que la privación sexual afectaba a las mujeres pasionales. Durante la Edad Media y el Renacimiento se les recetaba el coito a las casadas, a las solteras el matrimonio y a ambas, si no había otro remedio, el masaje de una comadrona. Para el siglo XVIII el botánico Jean-Étienne Guettard recomendaba el uso científico de chinches: sin duda, el invento de los dildos en el siglo siguiente debió de ser un alivio para aquellas que no disfrutaban de buen sexo o de ningún sexo en absoluto.
A mediados del siglo XX, extinguido el diagnóstico de histeria femenina, la noción de que la irritabilidad y la insatisfacción sexual se relacionan adquirió nuevas formas tras la liberación femenina que tomó por asalto a las buenas conciencias: de pronto las mujeres tenían derecho a obtener placer y lo ejercían. De ser marido dominante y mujer sometida, las parejas se transformaron en compañeros más igualitarios, especialmente en las ciudades, mientras el campo transitaba, como hasta ahora, por un camino más lento. Hoy a poca gente ofende que las mujeres vivan su sexualidad sean solteras, casadas, viudas o divorciadas, y ellas mismas se han arrogado el derecho de usar las viejas frases misóginas que otros (y otras) les espetaban. Quizá por eso ahora escuchamos de hombres malcogidos que están en sus días (ellos no parecen tomárselo a mal: la historia convirtió el dicho en una broma cuyo sexismo es difícil entrever).
Por supuesto, el contexto importa. El mundo actual es mucho más libre que hace dos centurias, cuando se pensaba que las pasiones lanzaban a las mujeres al libertinaje y que éste, a su vez, predisponía a la locura. Cientos de mujeres “inmorales” acabaron en cárceles y manicomios insertos en un mundo de amplio poder masculino. Cuando el sexo dejó de ser motivo de acusaciones de depravación, los diagnósticos de la histeria femenina desaparecieron en los anales de la enfermedad mental, aunque el término histeria aún es empleado para trastornos masculinos y femeninos que no tienen nada que ver con los úteros. No queda sino agradecer que los tratamientos para la irritabilidad hayan cambiado tanto desde el siglo XVIII: siempre será mejor divertirse con un juguete sexual que pasar por un ejército científico de chinches.
Por: Yolanda de la Torre: Periodista, narradora y tallerista independiente. Fue editora en jefe del sitio web de Canal 11 y fundadora de la agencia de información cultural Noticias 22.
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