El miedo es una de las emociones más complejas y poderosas que conoce el ser humano, quizás la más antiguo de nuestra especie. Cuando se nos presenta en toda su crudeza, es casi imposible combatirlo.
El miedo nos paraliza, nos domina. Una vez que esto sucede, no pensamos. Y al no pensar, ningún argumento vale. Quizás por eso le tememos tanto al miedo: porque nos desnuda, nos deja en toral vulnerabilidad.
Hacemos uso de nuestros instintos para protgernos de esa amenaza externa, sin razonar. Queremos eliminar el origen de ese temor que nos angustia y nos hace perder el control.
La especie humana, durante milenios, se ha valido de ese sentimiento para subsistir, para eludir peligros y salvar la vida. Pero el miedo también ha sido el responsable de algunas de las mayores atrocidades cometidas por los hombres. Porque el miedo, combinado con el odio y la rabia, saca a relucir la peor versión de nosotros.
Así es como el miedo, experimentado desde un punto de vista individual, puede ser una valiosa herramienta de autoconservación. Sin embargo, cuando es empleado y potenciado socialmente, se convierte en un arma temible. Si penetra y cala en la persona, ésta queda a merced de una fuerza íntimamente relacionada con la supervivencia, con la parte más primitiva de su ser. Quizá por eso, por su capacidad para obnubilar el pensamiento y liberar nuestros instintos primarios, el miedo ha sido manejado a lo largo de la historia como un potente instrumento político, dominante en los últimos tiempos en todas las democracias.
El miedo siempre le conviene a alguien. Especialmente en una campaña electoral, la estrategia de comunicar miedo será de utilidad para influir en la ciudadanía. La pasada campaña electoral en Chihuahua no fue la excepción.
Javier Corral desde que inició su aventura electoral en 2014, hizo de la alarma social y el peligro, sus principales herramientas para lograr el respaldo a su opción política: si no ganaba él, todo estaría peor que antes; los enviados del averno se apoderarían de todas las libertades fundamentales, además de orillar a la gente a rechazar a cualquier opción distinta, por su estrategia de dividir entre buenos y malos: los buenos están conimgo, los que no, están contra mí.
Es una estrategia muy peligrosa, pues el miedo nubla el entendimiento y arrincona el pensamiento racional. Invocarlo en los temas que nos conciernen a todos nos aleja de la política, entendida como un espacio de discusión de los asuntos públicos en el que se mezcla lo racional y lo emotivo, pero siempre en unas proporciones adecuadas. Contribuir a que los sentimientos se apoderen del debate político es un ejercicio de irresponsabilidad por parte de quienes participan en la contienda, dentro de los partidos políticos o como independientes a ellos.
Las emociones en política son una herramienta muy socorrida, pero también dificultan la capacidad crítica de la ciudadanía.
Nadie se benefica sí se abusa de ellas.
Cuando los candidatos recurren al miedo, el equilibro entre razón y emoción corre el riesgo de desaparecerse. El miedo, entonces, amenaza con inundarlo todo, con cegarlo todo. Recurrir a él indica desesperación, pero también la falta de solidez en las ideas y las propuestas políticas de quienes lo invocan.
Y recurren al enemigo invisible, todopoderoso que traerá el caos. Y el votante sensible se asusta, se recluye, se encierra sobre sí mismo colocándose a la defensiva. Evita el contacto y la proximidad y comienza a generar sentimientos de rechazo, de animadversión hacia ese supuesto enemigo.
Está el caso de López Obrador, quien también hace del miedo, su mejor arma. Repite una y otra vez que quien no comparta su visión de “cambio” es porque le tiene miedo al enemigo invisibe que ha inventado: la mafia del poder.
Como lo hemos visto en el pasado (2006, 2012), el resultado, una gran división social, una separación tajante y clara entre los que quieren están con él y los que lo rechazan, entre los que tienen miedo y los que no.
Esa apelación al miedo, entendido como renuencia al cambio, es una forma de clausurar la discusión política, de poner fin a la legítima controversia. Si no piensas como los leales al Peje, aunque prefieras otras opciones de la izquierda, es que no quieres el cambio; es que quieres que México siga hundido y seguramente ya te compró “la mafia del poder”.
En la lógica de AMLO, puedes argumentar o razonar como te plazca, sólo hay una verdad aceptada: a ti te mueve el miedo y lo que buscas son excusas para no abrazar el cambio verdadero que él dice representar.
Por tanto, eres el enemigo.
Esta narrativa se vuelve un círculo vicioso, pues lo único que logra es fijas las posiciones inamvoibles de cada extremo en el que acaba dividida la sociedad. Los discursos del miedo vencen con relativa facilidad, cualquier intento de razonamiento que ponga en cuestión los postulados de las distintas fuerzas políticas.
La emoción, entonces, se apodera de nosotros: o estás con los buenos o con los malos; o estás con los valientes o con los cobardes. O estás conmigo o contra mí. Entonces el enfrentamiento está servido, no habrá posibilidad de acuerdo.
Y sucede igual cuando, uno de estos personajes (como Javier Corral) llega al gobierno de un estado. Donde, erróneamente, piensa que debe seguir la misma estrategia narrativa que en campaña, cuando un gobierno debe lograr el acuerdo, la concordia, no seguir profundizando las divisiones sociales hechas por la política del miedo.
El miedo nos silencia, nos intimida y nos degrada. Nulifica cualquier debate. El miedo, utilizado socialmente, solo produce división y enfrentamiento.
Así pues, que un gobernador como Javier Corral le apuesta a que su mensaje siga siendo de miedo, que prefiera forjar su imagen como un gobernante que prefiere ser temido, antes que otra cosa.
Corral piensa que tiene a todo Chihuahua a su favor y ese, quizás, sea el mayor engaño que le hace su equipo de trabajo. Es cierto, Corral tuvo la mayoría de los votos el año pasado: 517,018. Mientras que todas la suma de los votos por otros partidos es de: 738,709. Es decir, son mayoría los chihuahuenses que no votaron por él, pero como su estrategia del miedo funcionó, logró dividir a sus opositores en varias partes que fraccionaron su votación.
Pensando en 2018 y que es la estrategia a seguir de López Obrador, debemos de tener en cuenta esto para no dejarnos llevar por el miedo que busquen infundir en nosotros los candidatos en el próximo proceso electoral.
*Por Luis Rubén Maldonado Alvídrez, consultor en imagen pública y comunicación política.