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Se creyeron príncipes y miles les cantaron las golondrinas

Por Luis Rubén Maldonado Alvídrez

La comunicación política de la última semana, sin duda, se ha centrado en dos temas, a nivel nacional, la reforma electoral que pretende desmantelar al Instituto Nacional Electoral y, a nivel local, la puesta en escena monumental “La golondrina y su príncipe” del siempre polémico y especialista en teatro musical, el chihuahuense Alberto Espino de la Peña.

¿La novedad de una obra de teatro monumental en El Palomar es motivo suficiente para desatar un conflicto mediático? No. El conflicto comenzó por un grupo de personas supuestamente inconformes que argumentaba un atraco al erario bajo el lema “faltan 35 millones”. Todo comenzó en redes sociales y luego se materializó en una protesta presencial de quienes se identificaron como actores y actrices, directores de escena, coreógrafos, críticos y promotores culturales; integrantes del colectivo “Artistas, creadores y ciudadanía vigente”. Además, sumaron otras demandas legítimas a su protesta.

Como bien escribí líneas arriba, todo empezó en las redes sociales con expresiones públicas de uno de los actores más famosos del cine mexicano, como lo es Daniel Giménez Cacho y luego se sumó el ultra popular Joaquín Cosío, nayarita radicado en Ciudad Juárez. Eso inició el debate público que buscaron coronar con protestas presenciales y entrevistas en medios locales.

Lo que parecía un tema tranquilo (pues, en el pasado cuando Maru Campos era alcaldesa se montó una obra similar en las afueras de la catedral capitalina) se convirtió en una guerra: los buenos no irán a la obra y los malos se gastaron todo el dinero dirigido a cultura en un capricho oficial.

Así era la narrativa hasta que vino la reacción, tanto del ayuntamiento capitalino como del gobierno estatal, quienes financiaron esta colosal obra de teatro, que además es de acceso gratuito.

Han sido, poco más de dos semanas, de discusión en contra de la obra y se han develado versiones oficiales, que detrás de las protestas están actores más bien políticos con intereses oscuros que sólo buscaban boicotear la obra de teatro.

El año pasado, participé en ejercicios de investigación cualitativa para algunos candidatos. En ella, se exploraron varios temas, entre ellos, las opciones de entretenimiento que tiene la capital del estado. Para la generación de nacidos entre 1980 y 2005, una de las principales preocupaciones es la falta de actividades culturales. Fue un hallazgo constante.

Es una necesidad que conocen bien, tanto el alcalde Marco Bonilla, como la gobernadora Maru Campos y sus equipos responsables de la materia cultural.

La memoria de algunos personajes es selectiva. En materia de cultura, no ha existido peor administración federal que la actual; no ha recortado presupuestos, los ha asfixiado y la política cultural no existe. Los estados gobernados por partidos distintos a Morena, reciben nulos recursos federales.

Desde la administración estatal pasada, el gobierno de AMLO ha asfixiado el presupuesto cultural para el estado de Chihuahua. El Festival Internacional Chihuahua era parte de una política cultural soportada por presupuesto federal y el cual tuvo como artífice al director del (entocnes) Instituto Chihuahuense de la Cultura, Jorge Carrera Robles en tiempos del gobernador Reyes Baeza. Así nacieron otros festivales en otros estados.

Cuando hay un gobierno federal que no tiene interés en la cultura, los estados y los municipios salen al quite.

Maru Campos como alcaldesa de la capital, lanzó en 2017, un Fondo Municipal para Artistas y Creadores (FOMAC) con una inversión inicial de más de 1 millón de pesos; y que cada año ha ido en aumento. El mismo, ha beneficiado a creadores emergentes, nóveles y experimentados de diversas disciplinas. Es una política pública que se sostiene y que ninguno de los inconformes con la obra de teatro de Alberto Espino, parecen reconocer.

Además, ante la falta de actividades culturales como esta en la capital, la unión Bonilla-Maru ha arrojado una apuesta por el asistencialismo cultural. Es decir, así como existen programas asistencialistas en materia alimentaria, la manera de acercar estos espectáculos de la talla de los mejores del mundo, a la mayoría de los chihuahuenses, es invirtiendo en puestas en escena como “La golondrina y su príncipe”.

Hay quienes se han creído príncipes de la cultura y en sus muy respetables críticas y demandas, están desdeñando al talento chihuahuense que une Espino para esta obra: muchos de ellos egresados de la Universidad Autónoma de Chihuahua, que han puesto todo su esfuerzo, talento y capacidad para contar la historia basada en textos del gran Óscar Wilde.

Este apuesto por el asistencialismo cultural, es diferente, a los festivales como el FICH, pues busca crear industria 100% chihuahuense, aprovechando la profesionalización de un gremio cultural local que, cada vez, tiene mejor nivel.

Para aquellos se sintieron príncipes de la cultura y que quisieron destruir, por sus objetivos políticos personalísimos, la oportunidad de admirar el talento chihuahuense, miles de familias les cantaron las golondrinas, con su multitudinaria asistencia.

Así como pasa con las corridas de toros, unos cuantos inconformes, hacen mucho ruido contra la fiesta brava y la afición, silenciosa, les hace callar con plazas repletas.

SHOT DE ESPRESSO COMPOL

Aquellos príncipes amparados con la causa anti-duartista, que intentaron quemar Palacio de Gobierno en 2016 y hoy se enredaron en la bandera contra “La golondrina y el príncipe”, parecen olvidar que, en aquel asalto a Palacio de Gobierno, acabaron destruyeron un museo que resguardaba parte de la historia local. ¡Que flaca memoria!

Luis Rubén Maldonado Alvídrez es consultor en comunicación e imagen política.
Ganador del Napolitan Victory Award 2021.
luisruben@plandevuelo.mx Twitter: @fruslero

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