.:ULTIMALETRA ES IMAGEN:.

Por Luis Rubén Maldonado Alvídrez

 

¿De cuál México se habla y escribe hoy en día?

 

Tristemente, los mexicanos sólo hablamos de un México: el que no avanza, el que se corrompe, el que se pelea, el que no se levanta, en el que no pasa nada.

 

Parece que los mexicanos no conocemos otro México; que no existe nada bueno que ver en nuestro amplio territorio. A pesar de que hay millones de Méxicos en las mentes de todos los mexicanos, con nuestro pincel mental sólo dibujamos ese país donde no pasa nada bueno.

Hubo una época, cuando el cine estaba en sus inicios, que la identidad visual de nuestro país se estaba formando, gracias a este poderoso medio que impactaba, impresionaba y alebrestaba a la población. Con el cinematógrafo, comenzó una revolución en el mundo y nuestra patria no estuvo ajena.

 

Alguien fundamental en darle forma a la identidad visual de nuestro cine y nuestra nación fue Gabriel Figueroa Mateos, ese personaje a quien Diego Rivera elogió acreditándole una invención única: los murales ambulantes.

 

Gabriel Figueroa Mateos nació un 24 de abril de 1907 en la Ciudad de México y queda huérfano al poco tiempo y, junto con su hermano, quedan al cuidado de unas tías. Sometido a la orfandad y los vaivenes de la fortuna, tuvo que abandonar sus estudios en el Conservatorio y la Academia de San Carlos para ganarse la vida como fotógrafo de estudio, donde realizó sus experimentos iniciales con una cámarita Premo 00 de Kodak, momento que transformó su vida por completo. Esa química mágica de la fotografía, lo hechizó para siempre.

 

Escuchar o leer el nombre de Figueroa nos remonta a una gran época de nuestro cine.

 

Afortunadamente, Figueroa escribió sus memorias, en donde se encuentran pinceladas de un México que muchos no conocimos:  «Antes de que llegara a México la iluminación artificial, los estudios de fotografía se ubicaban en azoteas, para aprovechar la luz.”

 

A finales de la segunda década del siglo XX, llegó de Chicago a la Ciudad de México, José Guadalupe Velasco. Quien instaló el estudio Brooklyn, mismo que fue el primero en ofrecer iluminación artificial.

 

Ese lugar dio a Figueroa vivió uno de los momentos fundamentales de su vida, al ser contratado por el maestro que iba a revelarle los misterios del oficio fotográfico.

 

El estudio de Velasco creó un estilo que consistía en, a partir del retoque, «mejorar» el aspecto de sus retratados (algo que hace hoy en día el Photoshop). Y ahí, “a las señoras que se les hacía una boca de corazón y les pintaba pestañas y ganaba el dinero que le daba la gana y tenía a todas las artistas del teatro; toda la vida lujuriosa de México iba ahí a retratarse”, escribió el mismísimo Figueroa.

Figueroa en sociedad con Gilberto Martínez Solares compró su propio estudio en la avenida Hidalgo, y comenzó a hacer fotografía promocional de actores, actrices y bailarinas del teatro de revista. Su lente retrató a cientos de gloriosas y no tan gloriosas celebridades y fue en esta etapa cuando la Revolución lo llevó a los estudios cinematográficos de la mano del director Miguel Contreras Torres, de quien fue fotógrafo de fijas.

Un año después era uno de tantos camarógrafos contratados para la filmación «¡Viva Villa!» del director Howard Hawks.  Su primer maestro sería Alex Phillips, quien era uno de los tantos cinefotógrafos estadounidenses que trabajaban en el país.

 

Tras algunos trabajos como iluminador Figueroa obtiene una beca por parte de la empresa Cinematográfica Latino Americana, S. A., para estudiar en Hollywood al lado de Gregg Toland, director de fotografía del «Ciudadano Kane.»

Después de su aventura hollywoodense, Figueroa regresa a México para dirigir la fotografía de «Allá en el Rancho Grande», dirigida por Fernando Fuentes, a la postre exitoso filme, mismo que logra lanzar a Figueroa a la fama internacional al conseguir su primer premio como cinefotógrafo en la Mostra de Cine de Venecia, el premio se convertía en el primer premio importante para el cine mexicano.

Ese mismo año (1936), colabora con su maestro Alex Phillips en «Cielito Lindo» y comienza a prepararse para recibir a la década de los 40, década que marca al país por acontecimientos de suma importancia: es electo presidente Manuel Ávila Camacho, es asesinado León Trotski y se presenta la exposición Internacional del Surrealismo en la galería de Arte Mexicano en Ciudad de México, organizada por André Breton, Paalen y César Moro.

 

Destaca la conferencia de Breton sobre el surrealismo en el Palacio de Bellas Artes donde se presenta la cinta «Un perro andaluz» de Luis Buñuel. Este último acontecimiento marcaría a Figueroa profundamente y para 1946 llega a México el cineasta aragonés, Luis Buñuel con quien trabajaría en casi una decena de filmes de la etapa mexicana del español.

Figueroa siempre tuvo interés por la pintura y éste se acentúa cuando por azares del destino reside en la misma calle que Diego Rivera, el escultor Germán Cueto y su hermana Lola Cueto, quien le encargó las fotografías de sus trabajos y lo contactó con un grupo de pintores.

 

Figueroa se interesaba por practicar la pintura y por temporadas dejaba de hacerlo y a inicio de los años 40 retoma la práctica gracias a Dolores del Río.  A su vez, durante ese tiempo se involucra de lleno en la organización de la empresa cinematográfica Films Mundiales con otras personalidades de la industria, donde conoce a fondo el modus operandi de líderes obreros, lo que prende la llama de una causa que adoptará: crear un sindicato de la industria cinematográfica fuera de la poderosa CTM.

Dejando de lado el reto al sistema, Figueroa en 1943, es contratado para trabajar en una película con un título interesante y revelador: Flor Silvestre que era dirigida por Emilio «El Indio» Fernández. A partir de esta cinta, comenzaba una relación laboral que duraría veinte películas, dejaría una sólida amistad y un fabuloso tesoro fílmico para nuestro cine.

Fue en 1945 cuando Emilio «El Indio» Fernández y Figueroa filmaron «La Perla» teniendo como protagonistas a Pedro Armendáriz y a María Elena Marqués.  La historia, original de John Steinbeck, integró a este legendario equipo para lograr una de las mejores películas mexicanas de todos los tiempos. Clásica, fuerte, dramática, intensa e irónica, «La Perla» brilló en la pantalla y lo sigue haciendo en la historia de México y en la obra de Gabriel Figueroa Mateos.

De todas las cintas que Figueroa fotografió, fue «La Perla» la que más tiempo llevó en su filmación. ¿La causa? Se hacían al mismo tiempo dos versiones de la misma, una en español y una en inglés: «nos llevó demasiado tiempo, pero fue un éxito, realmente gustó en todos lados», afirma en sus memorias donde también reconoce la estupenda dirección del «Indio» Fernández. Para su musicalización, el legendario director consideró al famoso compositor y director de orquesta ruso Igor Stravinsky, quien quedó fascinado por la cinta pero negó trabajar su música, primero por no tener experiencia en cine y segundo porque afirmó, «no compone en pedacitos».

«La Perla» es sin duda uno de los mejores trabajos de Figueroa y del «Indio» Fernández, donde las actuaciones de Pedro Armendáriz y María Elena Marqués como Quino y Juana, son excelentes. Esta cinta es una de las que mas satisfacciones le dio a Figueroa, así como reconocimiento nacional en internacional. Gabriel Figueroa recibió, en México, el Ariel por la mejor fotografía y fuera del país triunfó en el festival de Venecia y en el de Madrid. En los Estados Unidos obtuvo el «globo de oro» que otorga la prensa extranjera de Hollywood.  Rematando las satisfacciones que «La Perla» dio a sus creadores y al pueblo de México, el cartel promocional de la cinta es una verdadera obra de arte realizada por José Clemente Orozco.

Fue definitivamente «La Perla» un filme que marcó la vida de Figueroa cuyo estilo fotográfico sedujo al mundo entero, con ese manejo asombroso de claroscuros y sombras que en Hollywood envidiaban. «La Perla» selló una amistad entre «El Indio» y el cinefotógrafo que duraría toda una vida.

Figueroa trabajó por vez primera con «El Indio» cuando realizaron «Flor Silvestre» y para el cinefotógrafo fue esta cinta la que definió su estilo, la que «definió mi imagen de México», según sus propias letras. Para realizar la mencionada cinta, Figueroa se inspiró mucho en la obra de José Guadalupe Posada, José Clemente Orozco y de Diego Rivera. La alianza entre Figueroa y «El Indio» duró veinte películas de 1943 hasta 1956, pero su gran amistad perduró hasta la muerte de Emilio en 1986.

La fusión de talento generó un legado de filmes que brillan como la perla más valiosa, como ese tesoro del cual debemos sentirnos orgullosos.

Gabriel Figueroa había visto y conocía a detalle la cinta «Un Perro Andaluz», cinta que había realizado Luis Buñuel junto con Salvador Dalí.  Quedó impactado por ella y sería pocos años más tarde, después de la proyección de la cinta surrealista, cuando Buñuel se decidiría a hacer una buena película en México y en 1950 haciendo equipo con Figueroa se filmaba «Los Olvidados».

La conexión con Buñuel se dio casi al instante de que comenzó el rodaje. Figueroa y él entablaron una formidable amistad, llena de humor y química. Aunque el mismo Figueroa describe que Buñuel y él eran antagónicos en cuestiones laborales, ya que Figueroa se describía como «eminentemente plástico y estético» y calificaba al de Aragón, como todo lo contrario, sin embargo esto no impidió que de su alianza surgieran grandes películas que trascendieron fronteras.

Fueron siete películas en las cuales la dupla Figueroa-Buñuel trabajaron juntos:
«Los Olvidados», «Él», «Nazarín», «Los Ambiciosos», «La Jóven», «El Angel Exterminador» y «Simón del Desierto». Todas realizadas en un periodo de catorce años y las cuales fueron protagonizadas por grandes estrellas del momento y llenaron de triunfos a la dupla y a todo el país. Pero sin duda la que más brilla de estas siete es «Los Olvidados», la primer gran película de Buñuel en tierras aztecas.

«Los Olvidados» es el filme mexicano surrealista que retrata la miseria de los niños de la periferia mexicana de aquel entonces. Intensa, cruel y sumamente estética, contiene unos diálogos formidables y le valió a Buñuel la Palme D’Or al mejor director en el Festival de Cannes.

En lo personal, de la dupla Buñuel-Figueroa mi favorita es «El Angel Exterminador», filme donde Silvia Pinal hace el papel de la Valkiria y que narra la historia de un grupo de burgueses que después de una cena, por una desconocida y extraña razón, no pueden abandonar la mansión. Durante la filmación de esta cinta, Figueroa cuenta una magnífica anécdota: todos trabajaban en una secuencia de la película y, en una pausa, recibieron la visita de la diva de Hollywood, Marylin Monroe. Aunque ya se habían conocido en Londres, para Figueroa fue muy impresionante que al llegar al set, preguntó con mucha familiaridad, «¿dónde está Gaby?» y recuerda que les tomaron una fotografía mientras el le explicaba porqué el set era cerrado, según escribió en sus memorias.

Gabriel Figueroa ganó 28 premios nacionales por su trabajo como cinefotógrafo entre 1936 y 1978, así como 16 reconocimientos especiales y 20 premios en el extranjero. Destacan el «globo de oro» en Hollywood, «el león de oro» de la Mostra de Venecia, mejor cinefotografía en el Festival de Cannes, en el de Farol Vary (Checoslovaquia), en el de Palmaris de Bruselas, en el de Madrid, en el de Boston, San Francisco, Panamá, y en 1965 la nominación al Oscar por «La Noche de la Iguana» que compitió con «Mary Poppins»; «Zorba el Griego»,  y «Mi Bella Dama».

Fotografió 235 películas. Trabajo con los mejores directores de la época y envidiaban trabajar con el muchos otros. Entre quienes quisieron trabajar con Gabriel Figueroa y por diversos motivos no se pudo, fueron: Orson Welles, David O. Selzncick, Walt Disney, Gregory Ratoff, Sam Goldwyn, Elia Kazan y Vittorio de Sica,.

Con quienes si trabajó destacan: Fernando de Fuentes, Chano Urueta, Alejandro Galindo, Gabriel Soria, Julio Bracho, Miguel M. Delgado, Fernando Soler, René Cardona, Gilberto Martínez Solares, Jack Draper, Ramón Peón, Julián Soler, Jaime Salvador, Roberto Gavaldón, Miguel Zacarías, Ismael Rodríguez, Tulio Demicheli, Roberto Rodríguez, Benito Alazraky, Juan Antonio Bardem, Francisco del Villar, Juan y José Luis Ibáñez, Brian C. Hutton, Rafael Baledón, Sergio Olhovich, José Estrada, Jaime Humberto Hermosillo, Hal Bartlet, Luis Alcoriza, John Huston y por supuesto Emilio «El Indio» Fernández y Luis Buñuel, entre otros directores.

Gabriel Figueroa es considerado por Diego Rivera como el artista que llevó el muralismo mexicana al cine, «inventó los murales ambulantes», citan varios autores al gordo Rivera y era admirado por José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, con quien entabló una buena amistad y de quienes tomó inspiración para jugar con la luz, con las sombras, con los tonos. Figueroa retrató a ese México campesino, revolucionario, fiero, joven, pobre, rico, irónico, malvado, bueno, triste, sumiso, rebelde, sangriento pero muy orgulloso de sus raíces, «todo nuestro arte debe de sentirse, no solo verse mexicano», decía Figueroa, quien si viviera pudiera decir ahora, que se celebraron sus 110 años de nacimiento.

 

ULTIMALETRA

Un saludo a una lectora asidua, quien me nutre con sus opiniones: Ana Luis Herrera, actual secretaria del trabajo del gobierno estatal. Gracias por tu lectura.

luisruben@plandevuelo.mx

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