El viernes fuimos al cine. Como siempre, Adriana atendió jubilosa a la invitación y, como siempre que se trata de cine mexicano, Adolfo fue a regañadientes. No importa, los tres regresamos… satisfechos; iba a escribir “contentos” pero no, “satisfechos” se ajusta más a la realidad. La película que fuimos a ver, “La Dictadura Perfecta” es todo, menos divertida; digamos que la cinta resulta dolorosamente entretenida. A contrapelo de lo que su autor, LuisEstrada, señala, el filme está muy lejos de resultar “solo una cinta”; y aunque en efecto pretende ser una “comedia satírica”, no es cierto que se trate de una ficción que pormenorice “los enredos de algunos miembros de la clase política mexicana”;1 por eso tampoco es cierto que la película sea “una crítica al gobierno que llega desde el cine”.2
La dictadura perfecta es, querámoslo o no, una especie de documental bufo; o bien, el avance de una serie que se centra en describir a detalle los entretelones de la política mexicana, plagada de asesinatos, estratégicos y extraños “suicidios”, la connivencia descarada entre políticos y criminales, los contratos multimillonarios con las televisoras y la “construcción” de la imagen pública de presidentes y gobernadores a través de la manipulación de la verdad. ¿Ha visto Usted algunas series gringas del tipo “¿Con quién $@!# me casé?” o “Historias de los antiguos egipcios”? En ellas, se narran acontecimientos reales que son recreados por un elenco que “actúa los hechos” y, en ocasiones, se reproducen breves crestomatías para ilustrar mejor el punto. Haga Usted de cuenta. La película parte del hecho indiscutible de que la televisión, en amasiato con el PRI, ya pusieron a un Presidente de la República; y pareciera centrarse en una sola interrogante: “¿Lo volverán a hacer?”. La cinta pareciera tener como tema central el tejemaneje mediático y el influjo que la televisión ejerce sobre la sociedad actual y cómo en el mundo real, solo existe lo que muestran las pantallas televisivas.
Por respeto a mis lectores no pienso describir a detalle la trama de la película; excepto lo que diversos medios informativos ya han dado a conocer: Todo comienza cuando el Presidente de la República, un atildado petimetre que chapurrea un inglés lamentable, mete la pata frente al embajador de los Estados Unidos, al proponerle que se suscriba un acuerdo comercial entre ambas naciones por el cual “da mexicans du de yobs not iven nigros guant tu du” (los mexicanos puedan realizar los trabajos que ni los negros quieren hacer). Para minimizar los efectos de la terrible declaración, la empresa televisora recurre a la estrategia de la “caja china”, consistente en priorizar a nivel de medios informativos una noticia -falsa o verdadera, da igual-, cuyo cometido es distraer la atención del público telespectador. El incidente elegido como distractor es un video donde aparece el “Góber” Vargas, llevándose un maletín repleto de fajos de dólares. A su vez, la víctima del escándalo, el “Góber” Vargas, magistralmente protagonizado por Damián Alcázar, contrata a la misma televisora para que eche a andar otra “caja china” que lo beneficie a él.
No se la puede perder. Usted tiene que ir a verla. La cinta es una invitación a ejercer nuestro derecho a la justa indignación y una oportunidad para reflexionar sobre el tipo de país en que habitamos pero, más aún, en el tipo de nación en que podemos transformarnos a partir de luchar contra la odiosa realidad. El signo de la política en México hace tiempo que dejó de ser el acuerdo de los diferentes por el bien de todos, el bien común, el servicio al prójimo; cada día que pasa, la realidad se parece más a la ficción, a la farsa de lo absurdo que hace mucho dejó de ser cómica para convertirse en una realidad oprobiosa y trágica, donde una pandilla de delincuentes enfundados en costosos trajes hacen y deshacen con los restos del País. Los recientes hechos de violencia que terminaron con la vida de varios estudiantes de la comunidad de Ayotzinapa y la desaparición de otros 43, nos lo confirman. Ni el Gobierno de la República, ni las autoridades locales, ni las del Municipio, han sido capaces de actuar con un mínimo de decencia, de coherencia o de sentido común; menos con responsabilidad o respeto al estado de derecho. El exceso, el abuso, la incompetencia, el cinismo, la estupidez, la estulticia, la mentira, la ignorancia, la vulgaridad, la torpeza y la ilegalidad, campean por sus fueros mientras Televisa, por conducto de Andrea Legarreta y Raúl Araiza, entrevistaba a Enrique Peña Nieto en el programa matutino “Hoy” (hace dos meses)3 o nos informa que, en Apatzingán, el mismo Peña Nieto afirmó que desde el primer día de su administración ha trabajado “en la consolidación de un México de leyes, de un México en paz, de un Estado cuyo fin es precisamente, el de promover, respetar y garantizar los derechos humanos reconocidos por la constitución y los tratados internacionales que forman parte de nuestro orden jurídico” (hace dos días).4 Sin palabras.
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